La ciencia y la religión parecen moverse en un conflicto continuo desde casi el nacimiento de ambas. La sensación de que existe una oposición entre ellas es real, pero si bien podemos encontrar demasiados puntos que parecen alejar a cada una de la otra, no es menos cierto que a lo largo de la historia ha habido algunos momentos en los que se han conseguido limar diferencias.
Tradicionalmente, han sido sus protagonistas los que se han encargado de echar más leña al fuego de esta tormentosa relación. Y es que muchos científicos se han encargado de usar la ciencia como un arma arrojadiza contra la religión, como es el caso del estadounidense Richard Dawkins –autor del libro de divulgación científica “El gen egoísta”-, que ha llegado a decir que la religión es un factor negativo en la vida humana y la ha calificado como virus de la mente, mientras que, del otro lado, no son pocos los estamentos eclesiásticos que han derramado su más virulento discurso contra los avances de la ciencia.
En la actualidad, la gran mayoría de la sociedad entiende la religión como una opción personal sin autoridad para cuestionar la autonomía de la ciencia, a la vez que no trata de utilizar teorías científicas para dar explicación a determinadas afirmaciones bíblicas tomadas de forma literal como la creación del Universo en siete días. Además, a lo largo de la historia han existido honrosas excepciones entre científicos y autoridades de la Iglesia que nos hacen mantener cierto optimismo de cara al futuro de la relación. Uno de estos ejemplos lo encontramos en el conocido como “padre de la genética”. Se trata de Mendel, un monje agustiniano que, gracias al trabajo que desarrolló con diferentes variedades de guisantes en el siglo XIX, estableció las leyes que determinan la base de la herencia genética. Ya en el siglo XX, científicos tan importantes como Max Plank, que elaboró la teoría cuántica, o Albert Einstein, posiblemente el científico más popular de nuestro pasado reciente, han intentado conciliar sus creencias religiosas y la existencia de un Dios Omnisciente y Creador, con los avances a los que sus respectivas investigaciones científicas iban dando lugar. De Einstein incluso afirman que llegó a formular la siguiente frase: la ciencia sin la religión está coja, mientras que la religión sin la ciencia está ciega.
Pero si existe un caso que resulta paradigmático, ese es el del sacerdote católico y astrofísico belga Georges Henri Lemaître. Este cura, doctor en física en 1920 y ordenado sacerdote en 1923, resolvió las ecuaciones que Einstein planteaba en su teoría de la relatividad sobre el Universo. Gracias a este hecho, Lemaître pudo confirmar que éste se está expandiendo, idea que le llevó a proponer la teoría del “átomo primigenio” o “huevo cósmico”, según la cual el Universo se originó en una explosión que hoy conocemos como “Big Ban”. Para esta teoría, el Universo es algo dinámico y, por lo tanto, diferente en el presente a como lo fue en el pasado y como lo será en el futuro. Además el modelo de Big Bang le asigna una edad finita que el padre Lamaître estimó entre diez y veinte mil millones de años.
En base a evidencias observacionales todo hacía pensar que el Universo se encontraba en una continua expansión que daba lugar al alejamiento de las galaxias. Este alejamiento se traduce en lo que en astronomía se conoce como “corrimiento al rojo”, que es un fenómeno físico que ocurre cuando aumenta la longitud de onda de la luz emitida desde una galaxia. Este aumento en la longitud de onda es proporcional al descenso en la frecuencia de estas radiaciones, y la correcta interpretación de este hecho fue lo que llevó a Lamaître a elaborar su teoría.
En paralelo a ésta surgió una segunda teoría que proponía que, mientras las galaxias se alejan entre sí, se está generando nueva materia. Durante varias décadas hubo tantos científicos que apoyaron una teoría como otra, pero el descubrimiento de la llamada “radiación de fondo”, en 1965, vino a confirmar que, tal y como postulaba Lamaître, el Universo evolucionó a partir de un estado de muy alta densidad y temperatura como es el “átomo primigenio”.
Hoy en día, la teoría del Big Bang, esa gran explosión que dio origen a todo, es asumida por la totalidad de los científicos y la cultura popular. Incluso el papa Pío XII llegó a alabar la trascendencia de este postulado. Y es que parece cierto que ciencia y religión están condenadas a entenderse. Lamaître, en una entrevista concedida al New York Times, ya lo decía: “Estoy convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes y complementarios que convergen en la verdad”.