miércoles, 19 de marzo de 2008

EL OSO PANDA Y LA VENTAJA DE LA IMPERFECCIÓN

En 1.982 nacía en Madrid Chu-Lin, el primer oso panda nacido por inseminación artificial en Europa. Era hijo de una osa que el gobierno chino había regalado a los Reyes de España y se iba a convertir en todo un signo del zoológico de Madrid, para el que llegaría a significar lo que Copito de Nieve para el Zoo de Barcelona. El oso panda es un animal que la iconografía popular ha convertido en un símbolo de ternura. Pero la baja tasa de natalidad, la alta tasa de mortalidad infantil y la destrucción de su ambiente natural lo han colocado al borde de la extinción. En la actualidad se estima que no quedan más de 3.000 osos panda en libertad en el mundo –la mayoría en la zona montañosa de China- y unos 250 en cautiverio.
En los últimos años, este animal de aspecto bonachón y mirada triste, además de en símbolo de ternura, se ha convertido también en el centro de una polémica entre los defensores del evolucionismo (teoría científica derivada del mecanismo de selección natural propuesto por Darwin) y los del creacionismo (creencia que defiende que la Tierra y cada ser vivo que existe actualmente en ella proviene de un acto de creación llevado a cabo por un ser divino). Dicha polémica surgió a raíz de la publicación del libro “El pulgar del panda” (Stephen Jay Gould, 1980), en el que el autor venía a decir que “las imperfecciones son las principales pruebas de que la evolución ha tenido lugar”. Y es que en la mano del oso panda aparece un “sexto pulgar” que le permite manipular con mayor facilidad las varas de bambú, cuyas hojas son la base alimenticia de estos animales (llegan a comerse hasta cuarenta kilos de hojas al día). Pero esta supuesta falange no es, en realidad, un dedo propiamente dicho, sino una estructura tosca producida a partir de un hueso de la muñeca, que al oso panda le resulta más que suficiente para abrazar las cañas de bambú.
En algunos países occidentales el creacionismo está viviendo un auge muy importante que no tiene explicación más allá del desconocimiento y del radicalismo. Este hecho es especialmente destacado en los Estados Unidos, donde ciertos sectores de la sociedad tratan de hacerse oír a cada poco con este tipo de planteamientos. Estos sectores parecen mirar para otro lado cuando los investigadores tratan de argumentar, siempre siguiendo el método científico, la idoneidad del mecanismo de selección natural (el propuesto por Darwin) para explicar hechos como la aparición de ese “sexto pulgar” en el oso panda. Y lo que la selección natural, en esencia, viene a decir es que los individuos que tengan unas características genéticas determinadas se van a reproducir mejor o peor que los otros ya que esas características le van a conferir una serie de ventajas. Para el caso de los pandas, la presencia del hueso sesamoide radial a modo de pulgar facilita la alimentación haciendo que estos individuos tengan un mayor éxito reproductivo. Es decir, cuando los pandas comenzaron a depender exclusivamente del bambú como modo de alimentación, la presencia de ese pulgar resultó ser determinante, aunque fuera imperfecto.
Y es que por más que la superchería o la mitología, religiosa o no, traten de imponerse a la razón y la ciencia, la naturaleza acaba por poner las cosas en su sitio. Desde hace más de medio siglo se sabe que la información genética está contenida en el ADN (ácido desoxirribonucleico) y que la forma en que este ADN da lugar a una proteína sigue un sistema de codificación llamado código genético. La principal característica de este código genético es su universalidad y esto quiere decir que todos los organismos vivos (desde el más complejo de los animales a la más sencilla de las bacterias) siguen el mismo sistema de codificación. Es decir, el mismo código que traduce la secuencia del gen de la hemoglobina en humanos es el que utiliza una bacteria para dar lugar a una proteína estructural de su membrana a partir de su ADN codificante. Así pues, resulta muy sencillo deducir que esta universalidad en el código genético es la consecuencia de la existencia de un organismo ancestral común (denominado progenote) del que todos los organismos vivos han evolucionado y del que han heredado su sistema de lenguaje genético.
A lo largo de la historia la ciencia ha tenido que librar innumerables batallas contra la superstición, de las que siempre salió victoriosa. Esta no es sino otra más. De momento, el Consejo de Europa ya ha considerado el creacionismo como "una amenaza a los derechos humanos". Por suerte, la razón siempre acaba del lado de la verdad, por lo menos en la ciencia.

lunes, 10 de marzo de 2008

ADN: A UN PASO DE LA ETERNIDAD

Durante el acto de apertura del curso académico de 1936, en la Universidad de Salamanca, tuvo lugar un desigual enfrentamiento entre la dialéctica de dos enemigos íntimos e irreconciliables, la del militar Millán Astray y la del filósofo y escritor Miguel de Unamuno. Cada uno de ellos defendía un modelo diferente de España. Mientras Unamuno hablaba de unidad y de civilización, el militar se refería a Cataluña y el País Vasco como “cánceres en el cuerpo de la nación”. En un momento dado, ante el discurso tan desmesuradamente bárbaro y descarnado del militar, Unamuno expuso una argumentación finísimamente hilada en la que incluso llegó a referenciar a Miguel de Cervantes. Ante lo que para él suponía una exposición desbordante, Millán Astray sólo pudo gritar: “¡Muera la inteligencia!”. Y es que si de algo no quedaba duda era que, en aquel cuadrilátero improvisado, la inteligencia la aportaba uno sólo de los contendientes.
Miguel de Unamuno, que nació en Bilbao en 1864, ha sido, sin lugar a dudas, uno de los grandes pensadores en la historia de nuestro país. A él le debemos grandes obras y grandes ideas, grandes momentos y grandes frases. Y una de aquellas frases hace referencia a la osadía humana de no morir. “Todos sentimos un hambre de inmortalidad, un anhelo de eternidad", que diría en cierta ocasión.
Pero ese sentimiento al que hacía referencia Unamuno es tan antinatural como inalcanzable. El envejecimiento es un proceso irreversible, cifrado en nuestro material genético, y que desemboca, ineludiblemente, en la muerte. A nivel biológico se puede decir que el envejecimiento se relaciona con una progresiva disminución tanto de la población celular como de la actividad metabólica de cada célula, mientras que a nivel social o humano podríamos decir que lo que caracteriza al envejecimiento es el enlentecimiento de unas funciones y la desaparición de otras, así como un mayor grado de incidencia de enfermedades. Pero, ¿por qué envejecemos? ¿Sería posible, a nivel metabólico, detener este proceso? ¿En qué consiste envejecer?
El ADN constituye el material genético donde está contenida toda la información necesaria para la vida. En los humanos, se estima que este ADN está formado por unos 3.000 millones de nucleótidos (que son las unidades estructurales que lo conforman). Si fuéramos capaces de estirar todo el ADN de una célula, éste daría lugar a un hilo delgadísimo de más de un metro de longitud. Así, podemos hacernos una idea del nivel de empaquetamiento al que se encuentra sometido nuestro material genético. Dentro de la célula, el ADN se encuentra en un subcompartimento llamado núcleo y es en éste donde se encuentran los cromosomas (en humanos hay 23 parejas de cromosomas), máximo nivel de empaquetamiento del material genético. Cada vez que una célula humana se divide, todo este ADN tiene que duplicarse y distribuirse en las dos células resultantes en un complejo proceso llamado mitosis. No obstante, ese proceso de división celular es limitado. Se sabe que una célula humana no es capaz de dividirse más de 50 ó 60 veces. Y es precisamente ese estado en el que la célula no puede dar lugar a nuevas divisiones, lo que conocemos por senescencia o envejecimiento.
La cuestión es, ¿por qué no puede una célula dividirse más de esas 60 veces? Y la respuesta la encontramos en los cromosomas. Los cromosomas tienen forma de “bastoncillos” y en sus extremos se encuentran unas estructuras llamadas telómeros (del griego telos, “final”, y meros, “parte”). Estos telómeros están compuestos por unas secuencias de nucleótidos altamente repetidas que no dan lugar a ningún gen en particular, pero que cumplen una función muy importante para el cromosoma como es la de protegerlo de la degradación y del contacto con otros cromosomas. El problema es que, en cada división celular, la proteína encargada de duplicar el ADN (llamada polimerasa) no es capaz de copiar la totalidad de la secuencia del telómero, perdiéndose en cada ciclo un número determinado de nucleótidos. Así, el desgaste progresivo del telómero hará que éste pierda su función protectora, dando lugar a un cromosoma inestable en el que aparecerán errores (mutaciones) que activarán procesos de muerte celular programada (apoptosis).
Es posible que, en un futuro no muy lejano, el uso de la terapia génica permita la obtención de telómeros mucho más estables y, por lo tanto, individuos mucho más longevos. Quizá demasiado longevos; es posible. Pero ese será otro tema. Y es que ya lo dijo Unamuno, “todos sentimos un hambre de inmortalidad, un anhelo de eternidad".

EL PRIMER CROMOSOMA ARTIFICIAL

La imagen de Craig Venter dista mucho de ser la de un científico modelo. De su particular forma de entender la vida basta como ejemplo el hecho de que antes de iniciar la licenciatura de bioquímica ya había participado en la guerra de Vietnam como marine americano. Y no menos destacable debe parecernos el hecho de que los adjetivos que la mayoría de sus colegas le dedican son megalómano, interesado o egocéntrico. No obstante, lo que resulta indudable es que personajes como éste han colaborado –y en gran medida- a que la ciencia esté mucho más presente en la agenda de los medios de comunicación que hace unos años.
Craig Venter se dio a conocer a la opinión pública en 1999 cuando abordó de manera privada y con fines exclusivamente económicos la secuencia del genoma humano desde Celera Genomics, su empresa privada. Su objetivo estaba claro: rentabilizar económicamente todo tipo de aplicaciones derivadas del conocimiento del genoma. En ese momento el gobierno estadounidense reaccionó con rapidez y en junio del año siguiente, el propio Venter anunciaría junto al presidente americano Bill Clinton y Francis Collins (del Proyecto Genoma Humano), que el genoma humano había sido secuenciado en colaboración. Craig Venter sería despedido un año y medio después de la empresa al comprobar ésta que la rentabilidad que obtendría de todo aquello no iba a ser la que esperaba, pero para él esto no sería sino un problema menor. Venter se había convertido en un icono y unos años después incluso sería incluido en una lista de los cien hombres más influyentes del planeta.
En la actualidad, Venter no tiene ningún pudor a la hora de compararse con el mismísimo Charles Darwin y se dedica a navegar en su yate, bajo la financiación del Departamento de Energía de los Estados Unidos, a la búsqueda de organismos que le permitan generar energía o el desarrollo de nuevos fármacos.
Pero Venter no deja de generar noticias. En los últimos días su nombre ha inundado la mayoría de los boletines informativos y las páginas de ciencia de todos los periódicos al anunciar que había conseguido crear el primer cromosoma artificial, como paso previo a la creación de la primera forma de vida artificial. Lo que el grupo de Venter (liderado por el Premio Nobel Hamilton Smith) ha conseguido, es fabricar en el laboratorio el genoma de una bacteria llamada Mycoplasma genitalium. Éste es uno de los organismos vivos con el genoma más pequeño. Apenas tiene 580 genes (frente a los 30.000, por ejemplo, que hay en el genoma humano), lo que lo convierte en un organismo óptimo para este tipo de ensayos.
Pero esto nada tiene que ver con generar un organismo vivo de manera artificial. El profesor Lacadena (catedrático de Genética en la Universidad Complutense de Madrid) dice que es “como haber conseguido la información del disco duro para un ordenador, pero falta que éste funcione correctamente”. Y es que la segunda etapa consiste en insertar el cromosoma sintético en una célula distinta y conseguir que este cromosoma desplace al de la célula huésped. Cuando esto sea así, se habrá conseguido generar la primera célula artificial a la que está previsto que bauticen como Mycoplasma laboratorium, aunque todo parece indicar que ese momento tardará aún en llegar.
Venter, al hablar del logro científico que acaba de alcanzar su grupo dice que “abre el camino a potenciales aplicaciones importantes como la producción de biocombustibles”. Esta afirmación resulta, cuando menos, irresponsable. Si fuera otro quien la formulara podríamos calificarla de inocente; parece que no fuera consciente del paso que están dando. Pero tratándose de Craig Venter parece claro que lo único que persigue es generar debate. Y es que en el momento en el que Mycoplasma laboratorium sea una realidad, cuestiones en torno a la potencialidad y, sobre todo, a la moralidad de crear organismos vivos estarán a la orden del día. Es cierto que se podrían producir organismos artificiales para el tratamiento biológico de residuos tóxicos o eliminación de dióxido de carbono, pero a nadie se le escapa que igual de factible resultaría la confección de un arma biológica letal.
En cualquier caso, indagar en el futuro que la investigación nos tiene reservado será un camino que todos tendremos que trazar juntos y en la misma dirección. Craig Venter no ha hecho sino establecer las pautas del trabajo, aún consciente de que falta mucho por hacer.

JUANMA Y LA ENFERMEDAD DE ALEXANDER

La unión de la medicina, la tecnología y la investigación ha llevado en los últimos tiempos a alcanzar cotas que hace sólo unos años resultaban inimaginables. Dos ejemplos de esto son el anuncio conjunto de Bill Clinton y Tony Blair de la obtención de la secuencia del genoma humano, en 2.003, y la reciente reconstrucción craneofacial de una paciente que fue capaz de devolver la sonrisa a un rostro inexpresivo. Sin duda, la ciencia avanza a pasos agigantados. Y nadie duda ya que ése es el camino. En una sociedad como la nuestra, moderna y sin complejos, la investigación debe erigirse como uno de los motores que impulse su desarrollo. El problema es que el avance en esa investigación no se da en todas las direcciones por igual. Y la prueba más clara la tenemos en las enfermedades llamadas “raras”, esas enfermedades que padecen menos de 5 habitantes de cada 10.000. Son enfermedades que a las empresas farmacéuticas no les resultan rentables en términos económicos y cuyo abordaje queda en manos de los investigadores que trabajan para entidades públicas y que manejan proyectos financiados con dinero público.
En Almería hemos conocido recientemente el caso de Juanma, un niño que padece una de estas enfermedades raras. La suya se llama enfermedad de Alexander, y en España sólo la padecen otros dos niños más. Esta enfermedad, que fue descrita por primera vez en 1949, pertenece al grupo de las llamadas leucodistrofias y se da tras producirse una alteración en una proteína llamada GFAP (del inglés Glial Fibrillary Acidic Protein). Dicha alteración da lugar a una proteína anormal que provoca la acumulación de unas fibras que, en el curso de la evolución de la enfermedad, terminan por destruir la mielina, que es una vaina de sustancia blanca que recubre los nervios. Es importante incidir en que esa alteración a la que nos referimos consiste en una mutación puntual de novo. Es decir, de los 3.200 millones de pares de bases que constituyen el genoma humano, una de ellas, en el proceso de multiplicación del ADN de la célula (replicación), ha sido sustituida, erróneamente, por otra. Y ese error se ha producido, de entre los 20.000-25.000 genes que presenta un humano, en el correspondiente a la proteína GFAP. Para el caso concreto de Juanma, una Citosina (una de las cuatro bases que forman parte del ADN; las otras tres son Adenina, Timina y Guanina) ha sido cambiada por una Timina. Y esta mutación se ha producido de una manera azarosa, y por primera vez en Juanmna, sin que apareciera previamente ni en su padre ni en su madre.
Cuando a Toñi, la madre de Juanma, le dijeron que su hijo presentaba la enfermedad de Alexander, las esperanzas que le dieron de cara a un futuro a medio plazo para su hijo fueron nulas. No existe en el mundo un tratamiento para la enfermedad de Alexander. La primera actitud, como no podía ser de otro modo, fue de abatimiento. Pero ella se negó a sentarse y esperar a ver cómo la enfermedad consumía la vida de su hijo y empezó a indagar sobre la enfermedad. Así fue como descubrió al profesor Albee Messing, un científico estadounidense que trabaja en la Universidad de Madison y que lleva varios años estudiando la enfermedad de Alexander. El profesor Messing y sus colaboradores no ocultaron a Toñi la preocupante realidad en la que se encontraba su hijo, pero mostraron un cierto optimismo al comprobar la evolución tan atípicamente lenta que la enfermedad presentaba en Juanma.
El desarrollo de un medicamento cualquiera se produce a lo largo de muchos años en el tiempo, y el profesor Messing y sus colaboradores saben que es precisamente tiempo con lo que menos cuentan. Así, llevan a cabo en la actualidad una línea de investigación en la que se han planteado estudiar el efecto de fármacos que ya están en el mercado y que han demostrado ser eficaces en la reducción de los niveles de la proteína GFAP. Los primeros resultados han arrojado unos datos que pueden considerarse como bastante satisfactorios. Y es que de los 3.000 fármacos ensayados, in vitro y sobre células de ratón, 42 han resultado ser eficaces en la lucha contra la enfermedad. En vista de estos resultados, el profesor Messing ha hecho un llamamiento a todos los padres del mundo con hijos que padecen la enfermedad de Alexander para llevar a cabo un ensayo terapéutico. A nadie se le puede escapar que las posibilidades de Juanma de seguir adelante pasan, ineludiblemente, por acudir a esa llamada. Dicho ensayo tendrá lugar el próximo mes de Abril en los Estados Unidos y es de justicia moral que todos y cada uno de nosotros nos involucremos en la medida en que podamos. Porque la vida de un niño lo merece, y porque puede ser ahora o nunca.

¿COLESTEROL..., MALO?

Michel Eugéne Chevreul fue un químico del siglo diecinueve, aunque de él podría decirse que cumple con el perfil de lo que hoy llamamos un hombre del renacimiento. Entre otras cosas, fue director del museo de Historia Natural de París y profesor de Química Orgánica. Era un hombre polifacético, que igual elaboraba teorías para explicar la influencia de los colores adyacentes, que investigaba sobre los cuerpos grasos de origen animal. Era un personaje excéntrico y nada convencional, de esos que no se conforman con lo que muestra la superficie y que al final son los que acaban moviendo al mundo.
Es posible que su contribución más importante, al menos la más conocida, la hiciera en el ámbito del arte. Su influencia fue más que notable en numerosos pintores del diecinueve, sobre todo en los impresionistas. Y es que Chevreul trabajaba como director de una fábrica de tapices cuando fue consciente de la dificultad de mezclar tintes y combinar colores para obtener el matiz adecuado. Así, tras varios años de estudio, Chevreul elaboró una teoría que trataba de explicar, de modo científico, cómo la apariencia de unos colores estaba influida por los colores adyacentes. Esta teoría, conocida hoy como “Teoría del color”, no estuvo en su momento exenta de polémica y no lo está hoy en día. Pero lo que queda fuera de toda duda es que numerosas obras de arte, como las primeras pinturas de Renoir o buena parte de las de Monet, se alimentan de ella.
La otra gran contribución al mundo de Chevreul, que parece hoy tener una consideración menor, fue la identificación de unos cuerpos presentes en los cálculos de una vesícula biliar. Como mandaba la ortodoxia de la época, el nombre para denominar a aquellos cuerpos respondió al origen de los mismos. Así, teniendo en cuenta que habían sido aislados a partir de la bilis (del griego kole) y dada su naturaleza sólida (stereos, en griego), el nombre no podía ser otro: Colesterol.
Hoy en día, colesterol es una palabra que sólo escucharla parece quitarnos el apetito. La relación de esta molécula con la ateroesclerosis y con el consiguiente riesgo de padecer episodios cardiovasculares nos hace temerle como a la peor de las epidemias. Y es cierto que una dieta desequilibrada y constante tiende a conducirnos hacia un cuadro de alto riesgo cardiovascular, pero no es menos cierto que el papel del colesterol en el metabolismo es de vital importancia para nuestras células. Por ejemplo, basta decir que el colesterol es uno de los compuestos más importantes en la membrana plasmática (que es una capa que da forma a la célula, definiendo sus límites, y que se encarga de mantener el equilibrio entre el interior y el exterior de ésta) de los animales, o que actúa, entre otros, como precursor de las hormonas sexuales.
Claro, me decía el otro día un amigo, es que por eso se habla de “colesterol bueno” y de “colesterol malo”. Nada más lejos de la realidad. Fue entonces cuando caí en la cuenta de la necesidad de escribir este artículo. Colesterol sólo hay uno, y es el que es, ni bueno ni malo. Como todas las moléculas que se encuentran en el organismo, cumple una función básica y su ausencia sería fatal para la célula. Pero también al igual que para éstas, un exceso de colesterol puede resultar fatal. Lo que pasa es que un exceso de otras moléculas normalmente sólo se produce por alteraciones puntuales en el metabolismo, mientras que el exceso de colesterol lo puede producir algo tan a la mano del primer mundo como es una dieta incorrecta.
El colesterol es sintetizado de forma natural en las células animales, pero además somos capaces de absorberlo de los alimentos que ingerimos. En cualquier caso, es una molécula que presenta una muy baja solubilidad en agua, por lo que, para su transporte por la sangre, debe estar asociado a unos complejos que se denominan lipoproteínas. Y dos de las lipoproteínas más importantes en el organismo son las HDL (Lipoproteínas de alta densidad) y las LDL (Lipoproteínas de baja densidad). Las primeras de ellas transportan el colesterol desde los diferentes tejidos hasta el hígado, mientras que las segundas lo transportan desde el hígado al resto del cuerpo. Así, podríamos decir que las HDL se encarga de eliminar colesterol de la circulación, mientras que las LDL lo acumulan. Por este motivo, las HDL son llamadas, de forma errónea, “colesterol bueno”, mientras que las LDL, “colesterol malo”.
En cualquier caso, independientemente de polémicas etimológicas, lo que está claro es que una dieta equilibrada y el ejercicio moderado son básicos para mantener a raya cualquier patología de tipo vascular. Una vida sana resulta, al final, la mejor de las soluciones.

VIH: UNA MÁQUINA "IMPERFECTA"

Era una calurosa noche del verano del noventa y dos, y ahí estaba él, Antonio Rebollo, concentrando millones de miradas procedentes de todos y cada uno de los países implicados y con la cuerda de su arco tensada en el punto justo mientras una gota de sudor le caía por la frente. La flecha de fuego tardó apenas un par de segundos en cruzar el cielo de Barcelona e impactar con la cortina invisible de gas del pebetero olímpico. El lanzamiento había sido un éxito; quedaban inaugurados los que todavía son considerados los mejores juegos olímpicos de la historia. Y un hecho destacable entre tanto a destacar fue que allí se dio cita el mejor equipo de baloncesto de todos los tiempos, el norteamericano. En ese equipo, el “Dream Team” (el equipo de ensueño), jugaban, entre otros, Michael Jordan, Larry Bird o Karl Malone. Pero el jugador que acaparó el mayor número de miradas no fue otro que Magic Johnson. Y no fue su baloncesto el que lo colocó en el centro de todos los flases. Magic Jonhson había anunciado unos meses antes que era portador del virus del SIDA.
Hasta hacía bien poco, el SIDA había sido considerada como una enfermedad que sólo afectaba a homosexuales y drogadictos, pero anuncios como los de Magic Jonhson o Arthur Ashe (tenista estadounidense) hizo que la conciencia pública tomara consideración de que podía estar más cerca de lo que nunca había sospechado. Hoy en día, el SIDA, que empezó siendo un síndrome raro que afectaba a clases minoritarias, se ha convertido en una enfermedad que, según datos de la OMS –Organización Mundial de la Salud-, afecta a más de cuarenta millones de personas.
El SIDA, como tal, se conoce desde 1.981. Apenas tres años después, dos científicos, el americano Robert Gallo y el francés Luc Montagnier, aislaron de forma independiente el virus que causaba la enfermedad, el VIH. La rapidez con la que se había trabajado y los avances conseguidos en un tiempo tan breve constituyeron un hecho sin precedentes en el mundo de la investigación. Todo hacía pensar que el fin de la enfermedad estaba a la vuelta de la esquina. Pero una década después, el propio Luc Montagnier afirmaría que la vacuna contra el virus del SIDA andaba “por un callejón sin salida”. ¿Qué pasaba? ¿Cuál era el problema? ¿Por qué, a pesar de conocer perfectamente el genoma del virus y su modo de acción, no era posible luchar contra él?
La respuesta la encontramos en las características propias del virus. El VIH infecta a las células humanas (linfocitos T, principalmente, aunque también es capaz de infectar a los macrófagos, a las células dendríticas o a las células de Langerhans) gracias a que reconoce una proteína de membrana de estas células llamada CD4, a la que se une a través de una proteína suya denominada gp120. A continuación, el ARN del virus (el VIH pertenece a una clase de virus denominada retrovirus, que se caracteriza por tener ARN en lugar de ADN) pasa al interior de la célula huésped, donde una proteína llamada transcriptasa inversa da lugar al ADN complementario que se integrará en el genoma de esta célula. Así, será el propio mecanismo de replicación (multiplicación del ADN) de la célula infectada el que se encargará de dar lugar a nuevos virus.
Una de las principales formas de defensa con las que el hombre cuenta desde hace más de doscientos años para luchar contra las infecciones son las vacunas, que estimulan el sistema inmunitario humano. Para ello, se introducen en el organismo virus atenuados (con su capacidad infecciosa mermada) o proteínas concretas contra las que éste “aprenderá” a defenderse. El problema en el caso del SIDA es que la transcriptasa inversa del VIH, esa proteína del virus que es capaz de dar lugar al ADN complementario a partir de una molécula de ARN, comete un gran número de errores a la hora de generar dicho ADN complementario. Este hecho diferencia al virus del SIDA respecto a otros virus como el de la polio o el sarampión, que presentan una mucho mayor estabilidad a la hora de generar nuevos virus. Lo que a priori debería ser un hándicap para el virus, acaba convirtiéndose en su principal ventaja. Y esto es así ya que esta “incapacidad” de la proteína hace que el organismo no pueda reconocer a todos los productos a la que ésta es capaz de dar lugar, no pudiendo defenderse del virus.
Así, el SIDA, a pesar de haberse convertido en una enfermedad crónica con la que los enfermos acaban aprendiendo a convivir y haberse rebajado el nivel de alarma, no parece tener un final próximo, al menos no gracias a una vacuna.

CÉLULAS MADRE SIN EMBRIÓN

Ian Wilmut no debía de tener más de treinta años cuando escuchó por primera vez la voz de la que se iba a convertir en su cantante fetiche: Dolly Parton. Ella era por entonces una jovencita con una voz portentosa y él un proyecto del gran científico en el que estaba llamado a convertirse. Varias décadas después ella es, sin lugar a dudas, la voz más popular del country americano y él, uno de los investigadores más importantes de nuestro tiempo. Y aunque el destino no quiso cruzar sus caminos, sería el ingenio de él quien los mezclara. En 1.996 Ian Wilmut anunció al mundo el nacimiento del primer mamífero obtenido por clonación mediante transferencia nuclear (una técnica que consiste, básicamente, en introducir el material genético de una célula en otra célula, de la misma especie, desprovista previamente de su núcleo, implantando el resultado en una hembra portadora). El animal en cuestión era una oveja y el nombre de la misma no podía ser otro, Dolly. Para Wilmut no supuso ningún quebradero de cabeza bautizar a su criatura. Dado que la célula de la que Dolly provenía pertenecía a una glándula mamaria, su imaginación trajo al presente el generoso y atractivo pecho de aquella cantante americana de la que un día quedó prendado.
Desde entonces, Ian Wilmut ha seguido trabajando en el campo de la clonación, en el que ha llegado a convertirse en una de las voces más autorizadas. Pero esta semana algo ha hecho que se planteé el rumbo que su investigación va a seguir en adelante. Y es que se ha producido una de las noticias más importantes que podían esperarse en el campo de la biología y que está llamada a hacerse un hueco en los libros de historia: dos equipos científicos diferentes han sido capaces de obtener células madre a partir de células somáticas, es decir, a partir de células no germinales como los embriones. La noticia se esperaba desde hacía ya bastantes meses. Y es que en julio de 2.006, el científico japonés Shinya Yamanaka avanzaba ya que había conseguido obtener células madre a partir de células de la piel de la cola de un ratón. Pero no por esperada la noticia ha dejado de celebrarse.
Las células están programadas, desde mucho antes incluso de existir como tal, para llevar a cabo una labor determinada, y esta programación viene dada tanto por su ADN como por los estímulos que recibe. Así, para que una célula sin diferenciar (una célula madre), en un momento del crecimiento del embrión en el útero materno, pueda convertirse en una neurona o en una célula cardiaca, por ejemplo, además de contener la información necesaria en su ADN, tiene que recibir unas señales únicas y precisas. Estas señales o estímulos son, hoy por hoy, uno de los muchos secretos que la biología nos guarda, aunque, poco a poco, la ciencia está siendo capaz de desvelarlo. Así, desde hace unos pocos años, la medicina regenerativa ha sido capaz de crear varios centenares de líneas de células madre en el laboratorio. Pero lo que esta semana se ha anunciado en todos los medios de comunicación, especializados o no, va más allá. Lo que los grupos del japonés Yamanaka y del estadounidense James Thomson han conseguido es precisamente el proceso inverso. Ellos han conseguido, a partir de una célula ya diferenciada, obtener una célula madre, mediante la introducción de cuatro genes utilizando como vector de clonación (herramienta que permite transportar los genes hasta el núcleo de la célula huésped) un determinado tipo de virus.
Con este logro la ciencia ha conseguido quitarse de un plumazo varios problemas que acechaban en torno al uso de células madre. Por un lado, se elimina cualquier inconveniente de carácter ético. Ahora, para obtener tejidos humanos ya no será necesario recurrir al uso de embriones. Y por otro, desaparecen los problemas de suministro de células madre. Desde este momento, las posibilidades son enormes teniendo en cuenta que de cada célula somática de un individuo sería posible, al menos en principio, obtener una célula madre.
Pero esto no es sino sólo el principio. Todos los ensayos realizados hasta ahora han sido llevados a cabo en el laboratorio. Conseguir in vivo la transformación de células somáticas llevará varios años y no se antoja una tarea sencilla. Pese a las dificultades que se plantean, este gran avance científico ha llevado a que Ian Wilmut anunciara que abandonaba los experimentos de clonación mediante transferencia nuclear. Quizá su apuesta por la reprogramación celular esconda la esperanza de que se convierta ésta en la base de la medicina regenerativa. Quizá la ciencia haya encontrado el camino que nos conduzca a la eterna juventud. ¿Quién lo sabe? ¿Quizá Wilmut…?

VIRUS Y CANCER

Cuando el científico australiano Barry J. Marshall se administró a sí mismo una dosis considerable de la bacteria Helicobacter pylori, sabía que aquello le provocaría una grave gastritis, unos fuertes retortijones y unas nauseas considerables. Lo que no acertó a adivinar entonces es que años después, aquel atrevimiento suyo le valdría, junto a su colega, el también científico australiano Robin Warren, el Premio Nobel de Medicina. Y es que lo que estaba demostrando, aun a costa de su propia salud, es que esa bacteria era la responsable tanto de la úlcera gástrica como de la úlcera duodenal, pudiendo incluso derivar, en casos concretos, en un cáncer. El descubrimiento en sí no tendría por qué merecer un calificativo más allá de curioso de no ser porque supuso, de manera definitiva, la constatación de un hecho de consideración especial en medicina: un microorganismo podía ser el causante de un determinado tipo de cáncer.
La relación entre los agentes infecciosos y las enfermedades crónicas se conoce desde hace tiempo -la lepra y la sífilis son evidencias de esta conexión-, pero la relación entre determinados tipos de virus y la que es considerada ya como la gran epidemia de la modernidad, el cáncer -téngase en cuenta que es la segunda causa de mortalidad en países desarrollados, por detrás de las afecciones cardiovasculares-, es de conocimiento más reciente.
Cáncer no es otra cosa que el término que se utiliza para hacer referencia al crecimiento descontrolado de una célula cuando ésta ha logrado escapar a los mecanismos de regulación a los que se encuentra sometido su ciclo. Y esto es así cuando un determinado agente, llamado mutágeno, afecta al ADN de la célula. Se ha demostrado que ciertos virus pueden actuar como mutágenos para dar lugar a un cáncer determinado. Así, el cáncer de hígado podría estar provocado por el virus de la hepatitis B, de igual modo que el virus del papiloma humano (VPH) provocaría el cáncer de cuello de útero –o cervix-. Pero no es el cáncer una enfermedad de causa única, ni siquiera lo es de causa conocida. Son múltiples los factores de riesgo que pueden desencadenar la enfermedad, desde la edad o la herencia genética a los mutágenos de tipo físico –las radiaciones ultravioletas- o químico –el benzopireno, del humo de los cigarrillos-. En determinados casos, estas mutaciones pueden incluso aparecer de manera espontánea, sin una causa aparentemente responsable. En la actualidad se acepta que el cáncer es el resultado de la suma de múltiples mutaciones en el genotipo (conjunto de los genes de un individuo) de una única célula para dar lugar a un clon de células malignas al cabo de un tiempo que suele cuantificarse en años.
Recientemente ha llegado a las farmacias de nuestro país Gardasil, una vacuna contra el cáncer de cuello de útero, una enfermedad de la que, en España, se detectan más de 2.000 nuevos casos anuales, y de éstos, aproximadamente la tercera parte resultan de carácter mortal. Por ello, la aparición de este fármaco parece justificar la euforia desatada entre la prensa más sensacionalista; pero cabe hacer algunas consideraciones. En primer lugar habría que decir que la vacuna es cien por cien efectiva sólo contra cuatro tipos diferentes de virus del papiloma humano (los VPH de tipo 6, 11, 16 y 18), del que se conocen hasta cien tipos diferentes, si bien es cierto que estos cuatro tipos son los responsables del 60-70 % de todos los cánceres de útero producidos. En segundo lugar, es importante destacar que, desde el momento en el que se produce la infección hasta aquel en el que aparece el cáncer pueden pasar varios años y que un tratamiento efectivo de esta infección reduce al mínimo el riesgo de padecerlo. Además, la vacuna tiene únicamente un carácter preventivo, no representa un tratamiento contra el cáncer, por este motivo se recomienda la administración de la vacuna antes de que la paciente haya tenido su primera relación sexual. Por último, destacar que no estamos en disposición de afirmar de manera categórica que la infección, por sí sola, sea capaz de dar lugar al cáncer sin la necesidad de otros mutágenos.
Así, si bien es cierto que el hecho de la vacunación puede reducir hasta en un 60-70% el riesgo de padecer un cáncer de útero y que éste resulta uno de los avances más importantes en la medicina moderna, no podemos caer en la tentación de pensar que ya está todo hecho al respecto. A pesar de la vacuna, el cáncer acabará por ser, en unos pocos años, la principal causa de mortalidad en países desarrollados y no podemos bajar la guardia.